viernes, 23 de marzo de 2012

Impresiones teatrales


Para mí, lo esencial de una tragedia es el sexto acto:
el resucitar de los muertos en la batalla del escenario,
el retocar pelucas y vestuario,
el arrancar el puñal del pecho,
el quitar la soga del cuello,
el unirse en fila a los vivos
de cara al público.

Saludos individuales y colectivos:
la mano blanca en el corazón herido,
la reverencia de la suicida,
la inclinación de la cabeza cortada.

Saludos en pareja:
la ira ofrece el brazo a la mansedumbre,
la víctima mira extasiada los ojos del verdugo,
el rebelde acompaña al tirano sin rencor.

El pisotear la eternidad con la punta de un borceguí dorado.
El disipar moralejas con las alas del sombrero.
La incorregible disposición a volver a empezar a partir de mañana.
La entrada en fila india de los muertos mucho antes,
en el tercer acto, en el cuarto, en los entreactos.
El milagroso retorno de los desaparecidos sin rastro.
Pensar que entre bastidores han aguardado pacientes,
sin quitarse las vestimentas,
sin limpiarse el colorete,
me conmueve más que los monólogos de una tragedia.

Pero lo en verdad solemne es la bajada del telón
y lo que se sigue viendo por una estrecha rendija:
aquí una mano que se precipita hacia una flor,
allá, otra mano recoge la espada caída.
Y sólo entonces una tercera mano, la invisible,
cumple con su cometido:
me agarra por el cuello.

Szymborska wislawa.

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