viernes, 22 de abril de 2011

Las sombras anteriores



Aquel brillo asustado de tus ojos, cuando la tarde
derramaba su cansancio sobre la ciudad.
Aquella impotencia del deseo, del amor amenazado,
oprimido por un peso ajeno
a nosotros, a nuestra fuerza, a nuestra
capacidad para arrodillarnos ante el dolor.

La luz cayó sobre tu piel, dejando
en ella un sabor dorado, un halo de dulzura sin historia.

Pero luego el recuerdo aproximó sus redes
y el pasado alzó sus voces enterradas.

(...)

Tuvimos que olvidar los círculos recientes,
las aproximaciones asumidas, los sabores
de la oscuridad deseada, de las cálidas luchas.
Y vimos cómo iba creciendo la sombra junto a nuestro
abrazo.
Y cerramos los ojos porque teníamos miedo.

21 de julio de 1975. Eloy Sánchez Rosillo

Fotografía Manuel Couceiro


3 comentarios:

  1. Si sigues por esa calle de una ciudad lejana, a mano derecha, en el primer callejón, hay un café muy acogedor que atiende un camarero gay que habla un español peculiar, de cuando estuvo un año en Torremolinos trabajando. Puedes tomarte uno de los cafés que se toman por esas latitudes que te da para aguantar el resto de la tarde, y ya con la barriga caliente y llena puedes volver a la calle. Nada más salir a pocos metros te encuentras con una plaza pequeña, preciosa, luminosa, con edificios de colores construidos hace varios siglos. Al fondo de la plaza, ya casi por la otra salida, tienes unos bancos donde te puedes sentar y ver pasar a la gente. Ves a los turistas que van corriendo de un lado a otro, tomando fotos a hurtadillas, pasan rápido y ya van a recopilar otros edificios, otras calles, otras ciudades que verán sin ver y que luego enseñaran en sus vídeos a los pobres incautos que caigan en sus redes. Ves también a gente que pasea, que mira la tienda de láminas de gatos de la esquina, que se para a hablar con su acompañante y se puede abstraer de dónde está, de los edificios medievales que hay a su alrededor. Poco a poco va cayendo la tarde, sacas un libro, en este abril en que por primera vez la primavera ha aparecido y da una tregua a ese invierno que no acaba de irse de la ciudad y que parece que está impregnándote algo a ti. Las sombras te van envolviendo, pero son sombras amigas, son sombras suaves, acogedoras, amables. No cortan, no traen el miedo de otras sombras anteriores, nos recuerdan a ellas, claro, siempre nos recuerdan porque nos hicieron daño, porque el niño tenía miedo a esa oscuridad, pero sabes que existe también una oscuridad deseada. Empiezas a leer, has cogido un libro de Eloy Sánchez Rosillo, y sabes que siempre que abres un libro al azar hay un poema que está ahí para tí, un poema que te resuena y te hace cerrar los ojos tras leerlo y decir "joder", de forma ciertamente poética :-)
    Lees, por ejemplo: No se puede hacer nada. / Algunos, aunque miren, nunca ven / que abril no es sólo abril, / sino algo más, inmenso, incalculable. / Es muy fácil de ver, pero hay que verlo. / ¿Cómo no se dan cuenta? / ¿Dónde tienen los ojos? / Están ciegos del todo. No hay remedio.

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  2. Cierras el libro y te quedas un rato más mirando, ya es de noche, no noche cerrada pues ya los días empiezan a ser casi eternos y la noche empieza a ser un cambio ligero de color en el cielo de por la tarde, las sombras son menos sombras y la noche es un estado muy parecido al día. Te levantas, desandas los pasos y vuelves a esa calle, ahora sí, ahora tomas una foto, esa foto, y recibes una llamada desde tu país, y recibes otra vez la luz, el momento perfecto en el que te reconcilias con la vida. Sigues andando por otras calles, entre otras sombras y llegas al hotel, te duchas y por un momento te asaltan las sombras anteriores, te oprimen el pecho, pero sabes que eso pasará, vuelves a coger el libro y tirado en la cama lees: Las tierras lejanas que yo había visto / se agolparon de pronto delante de cualquier sonrisa, / y se detuvo el aire de la madrugada, / y comenzaron a despertarse en mi memoria / las temidas imágenes, los avisos / de una costumbre que no me había abandonado, / que defendía su antigua conquista.
    El ver en otro tu miedo te hace sentirte mejor, el pecho poco a poco se libera y tirado en la cama compones mentalmente un poema que, quizá, mañana, después del trabajo, escribirás... o quizá no. Un poema que hablará de ese invierno que no se quiere ir ni de la ciudad ni de tu pecho, pero que sabes que en algún momento se irá, y vendrá el verano.

    La diferencia que separa
    los recuerdos de lo imaginado
    lo vivido de lo soñado
    es tan difusa que ahora
    quizá ya con la distancia suficiente
    puedo escribir
    con la certeza de confundirlos.

    La memoria me cuenta
    me remite a un día blanco
    a una región helada a miles de kilómetros.

    Me observo mirando la curva que forma un río.
    Agua congelada vista desde una habitación cálida
    como cálido era mi espíritu de niño
    que con los ojos descubría nuevos mundos fuera
    pero sobre todo
    con los ojos descubría un nuevo mundo dentro.
    Mundo en el que yo
    soy el único responsable de mí mismo.

    Con la punta de los dedos toco el cristal
    palpo la temperatura
    y la voz de una amigo futuro
    me susurra al oído:
    “Llega un momento en el que hay que negociar directamente con la vida”

    Si la imaginación no me engaña
    recuerdo que cuando era niño leía nombres
    e imaginaba vidas lejanas.
    Leía Escandinavia y recordaba que allí
    en el futuro
    empezaría, quizás de nuevo, mi vida adulta.
    Una vida en la que el frío se alternaría con el calor
    unas veces dentro y otras veces fuera.

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  3. “Llega un momento en el que hay que negociar directamente con la vida”

    Esta me la quedo.

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